martes, 30 de noviembre de 2010

Raices y ramas

Se sienta en el sofá.
Su cerveza recién abierta. En el primer trago moja todo el sudor del día, empantana el cansacio, y todo parece, lentamente, volver a su ser. Deja las noticias. Da casi igual el canal, el mundo hace aguas, cada uno ve una via diferente. Ninguno ve la costa en esta tormenta transatlántica. La imágenes y las palabras sólo van de lo malo a lo peor. Parece que sólo cuenta, ya que todos nos hundimos, que el otro, el diferente, el vecino, el hermano, sea el primero en caer, que nuestros ojos, el de cada uno en su unidad absoluta, sean los últimos en ser testigos.
Su cerveza se acaba. Sigue cansado. Le duelen los riñones, la espalda y algo que podría parecerse mucho al alma. Le pesan las horas, los días y los años. Le sobran los problemas y la memoria. La tele, las noticias, son el extraño placebo que le cura mostrando otras miserías. Mi vulnerabilidad es más fuerte que esa mierda, piensa. Abre una segunda, y se deja llevar. La dosis de desastre está calculada, no avanza más allá del titular, sólo anuncia, no rellena, no es necesario apretar más, la lección está aprendida. Seguimos, miles de años después temiendo lo desconocido. Vaya mierda, se le escapa. Su mundo empieza a parecer bueno. Sigue mirando, jurando en cuanto idioma no conoce. Su raíz seca ya aprovecha su dosis diaria de charca, bebe sin sed, bebe por no dejar nada, por consumir todo, porque aunque no necesite nada tampoco hay porque tirarlo. Su raíz se preocupa tanto ya de esa dosis diaria que ha olvidado buscar otras tierras, que no necesita crecer.
Cambia la cara que cuenta, comienza a ver tios que corren detrás de una pelota. El mundo, redondo, rueda y recibe cientos de patadas, bajo colores que parecen tener una influencia sobrehumana sobre su humor, sobre sus ganas. Se aplaca el cansancio, viven los ojos, se cierra todo pensamiento negativo, y todo lo tribal que lleva dentro se despereza. Es una hipnosis, parece despierto, renacido, como si la vida se le fuese por las ramas.