treintainueves
sábado, 2 de febrero de 2013
Espárragos
Esta mañana ha vuelto el viento que está barriendo el benigno invierno. He dado una vuelta por la finca recogiendo la cosecha de espárragos del fin de semana. Los espárragos silvestres son uno de los placeres del invierno y la primavera. Siempre me sorprende la fuerza y fragilidad de las esparragueras, tan poco amigables con su púas y tallos enmarañados tras espigar, tan suaves, firmes y flexibles en los primeros tallos. Creo que soy un poco espárrago. Creo que la mayoría de nosotros somos un poco espárragos. Crecemos, nos volvemos enrevesados, nos protegemos y, de vez en cuando, tenemos un brote nuevo que es parte de nuestra naturaleza. Eso, quizás extraño, es lo que pensaba mientras me pinchaba las manos y sentía la gota de sabia del brote recién cortado. Luego me he puesto a pensar cómo hacer la excelente cosecha del día (a la foto me remito), bajo el primer rayo de sol de la mañana que ya calienta el rostro (no me digáis que no es un placer ese primer roce calentito del sol). Ahí ha surgido otra característica de los espárragos que me encanta, con ellos no se puede sobreactuar, lo mejor de ellos se obtiene cuando los cocinamos de manera sencilla, directa. Unos espárragos salteados con ajito, un revuelto de espárragos y huevos, a la brasa un momento con sal gorda. En un contexto dónde estamos rodeados por la sobreactuación (prima hermana de la hipocresía), el ruido y el humo, los espárragos nos recuerdan que lo complicado lo provocamos nosotros.
miércoles, 2 de enero de 2013
Libros
Ya sé que todos hacemos propósitos de año nuevo. También que casi siempre incluimos leer más, bueno, propiamente, leer más libros. Porque en plena era de las redes y la omnipresencia de los múltiples mecanismos de comunicación que utilizan internet, sí algo hacemos, es leer. Cantidad de información dispersa, blogs que te cuentan cosas redirigiendote a otros blogs, seguimiento de perfiles y redes sociales, inmediatez del mensaje, información creada por los propios usuarios, confidenciales, iniciativas, movimientos ciudadanos, alternativos, clásicos renovados, progresistas trasnochados, lo mismo recocinado, precongelados sin puntuar, estrellas fugaces, galaxias fascinantes... Y más. Todo escrito para los ojos. En esa concentración de la dispersión que es internet y los múltiples soportes para seguir la red, leer nos quita tiempo para leer. Confieso, uno de mis propósitos es leer más..., libros. Acepto sugerencias de todo tipo.
sábado, 8 de diciembre de 2012
Susana
Más de un año sin escribir es mucho tiempo. Al final, abriendo el blog de tanto en cuanto, te planteas si es que en realidad no tienes cosas que contar. No es el caso. Pero tampoco sé cuál es el caso. Un año es mucho tiempo, suficiente como para escribir un párrafo y repasarlo una y mil veces. Pero ya se sabe que mucho repasar algo lo único que consigue es que pase el momento de las cosas. Tengo una amiga, que escribe a diario en el facebook y que además tiene un blog genial. Repasando sus entradas, he descubierto que tiene un don, que ya conocíamos todos, pero que se pone aún más de manifiesto ante mi lentitud para escribir algo, tiene el don de la naturalidad cálida. Maneja como nadie la parte positiva de la red social, el contacto directo de pequeñas grandes cosas. Guiños permanentes en un mundo de ojos cerrados. Yo me quedé clavado hace tiempo, mucho, ya veis, en una entrada a la que le he dado tantas vueltas que se ha marchado de mi propia cabeza mareada y aburrida de reflexionar sobre lo flexionado. Al principio era como no llegar con las puntas de los dedos a los pies, y luego era como tocarse el culo con la nariz. Esfuerzo, mucho. Sentido, cero. Por eso creo que es tan importante poner en valor esos pequeños "inframinces" de los que hablaba Duchamp (lo siento, pero mis padres me han pagado una educación y eso se tiene que notar), esos pequeños detalles del cotidiano que siempre están ahí y que nos hacen las cosas únicas, y que Susana maneja cómo pequeñas y dispersas ondas. Luego, el resto, acabamos comentando en algún momento algo sobre lo que ha escrito. No la veo mucho, la verdad (gran fallo), pero siempre sé de ella por esa ventana al mundo que comparte cada día. Es su rutina, abrir las ventanas por la mañana para que entre el aire, y gracias a eso, la brisa nos toca a todos.
lunes, 11 de julio de 2011
Luz
La luz es una de las razones más poderosas para vivir aquí. El Mediterráneo es un lugar privilegiado, el eco de la luz rebota en cada rincón y saca todos los matices del día. Sé que es opinable, que para gustos los colores, pero hay días en que esa luz de la que hablo se mete incluso dentro de mí y me deja mirar para adentro. Me gusta saber que hasta los recobecos más oscuros es capaz de llegar uno de esos haces de luz y ser como la sal de la comida. Sé que esa luz la ve mucha más gente. Pero últimamente mi madre se ha metido a pintora, y los pocos cuadros que lleva acabados hasta ahora, captan esa luz de la que hablo. Esa luz para mí es un hogar, el lugar dónde siempre puedes estar sin miedo, protegido, relajado. Mi madre es lo mismo. Se ha juntado el pan y las ganas de comer, que diría ella misma. Viendo su cuadro, y asumiendo la parte de pasión de hijo, me he sentido doblemente abrazado.
viernes, 10 de junio de 2011
Verano
Ayer fue el primer día en que olí a verano. Volvía del trabajo, atravesaba el valle de Benimussa y entre los pinos olí ese tiempo de calor y luz. Me alegró, me rescató de entre los papeles y la burocracia, y me dejó disfrutando de toda una tarde libre. Un olor liberador, el mismo del inicio de las vacaciones cuando éramos niños y adolescentes, el mismo del paréntesis de la universidad en la isla, el mismo de las tardes largas en la terraza de la casa y en el huerto. El peso de los días pasados, con las elecciones, las movilizaciones, el incendio, los cabreos, cambios y el todo sigue igual que suena, resuena y volverá, sin amenazar, seguro de sí mismo, pero volverá, todo ese peso se disipa, se gasifica y vuela entre ese olor, entre esa sensación que acude a los estados más primarios, los que dan sentido a la base de la pirámide. A medida que caía la noche, el olor se humedecía y se perdía. El telediario (confieso, soy adicto aún sabiendo lo lejos de la realidad que está la noticia) me confirma todos los temores, la vida fuera de esta burbuja de aroma a pino que he fabricado hoy continúa, inalterable y alterando todo a su paso. Hasta el tiempo cambia y se rebela con nubes y chubascos. Los deportes son todo dudas, fichajes sí, fichajes no. Acaban las noticias y, de nuevo, se dejan la primicia más importante: 12 días antes del comienzo oficial del verano, ha habido aromas de agosto en el km 3 del camí vell de benimussa, según fuentes no confirmadas y consultadas por agencia, se ha podido saber la existencia de un afectado.
viernes, 21 de enero de 2011
reflexiones insómnicas
Después de una semana de subidas y bajadas de fiebre, de leer, releer, reolvidar y rerecordar leyes, normas y reglamentos sólo puestos al servicio de un futuro examen como fino tamiz, se me ha escapado el sueño entre las pestañas y me he encontrado con esta maravilla en la superred
Probablemente por el sonido en bucle, por la atmósfera de estar rodeado de apuntes y hojas que parece han de ser parte de mi masa gris de aquí al lunes por la mañana, y por la inestimable compañía de la salamandra en llamas, he entrado en un estado de reflexión en círculo.
En los últimos días he estado haciendo muchas reflexiones sobre cómo tratamos la lengua, qué nos preocupa de ella y cómo evoluciona, o mejor, qué aportamos/adoptamos nosotros para su cambio. He reafirmado mi posición un tanto rígida ante el cambio, la frivolización y la ruptura de la economía del lenguaje. He comprobado, de nuevo, cómo gente que dice amar la palabra, juega con ella sin sopesar el significado. He comprobado incluso que todo eso no es pasto único de la calle, ni mucho menos, sino de leyes y reglamentos convenientemente publicados, que utilizan conceptos y fórmulas lingüisticas no sólo recargadas e innecesariamente alargadas, sino, en algunos casos, incluso carentes de significado.
Comienzo a no saber si trato mejor la lengua o no, la verdad. Pero comienzo a tener claro que el charlatán sólo te convence cuando decides a seguir la luz del fuego artificial y te olvidas de escuchar el estallido y del hueco de mundo en el que retumba.
Probablemente por el sonido en bucle, por la atmósfera de estar rodeado de apuntes y hojas que parece han de ser parte de mi masa gris de aquí al lunes por la mañana, y por la inestimable compañía de la salamandra en llamas, he entrado en un estado de reflexión en círculo.
En los últimos días he estado haciendo muchas reflexiones sobre cómo tratamos la lengua, qué nos preocupa de ella y cómo evoluciona, o mejor, qué aportamos/adoptamos nosotros para su cambio. He reafirmado mi posición un tanto rígida ante el cambio, la frivolización y la ruptura de la economía del lenguaje. He comprobado, de nuevo, cómo gente que dice amar la palabra, juega con ella sin sopesar el significado. He comprobado incluso que todo eso no es pasto único de la calle, ni mucho menos, sino de leyes y reglamentos convenientemente publicados, que utilizan conceptos y fórmulas lingüisticas no sólo recargadas e innecesariamente alargadas, sino, en algunos casos, incluso carentes de significado.
Comienzo a no saber si trato mejor la lengua o no, la verdad. Pero comienzo a tener claro que el charlatán sólo te convence cuando decides a seguir la luz del fuego artificial y te olvidas de escuchar el estallido y del hueco de mundo en el que retumba.
lunes, 13 de diciembre de 2010
Morente
Se ha marchado Morente.
Con él reflotan en mi mente tres recuerdos imborrables. Dos de ellos marcados a fuego en mi memoria y en quien soy. El primero fue oir el disco "Omega" en casa de un gran amigo en Granada, y quedarme con la boca abierta, sin tener aún muy claro si me había encantado o si no entendía nada de lo que era. Lo volvimos a poner, apagamos la luz, dejamos correr la cerveza, nos metimos dentro, y ya no supimos salir nunca.
Morente siempre ha sido riesgo y tradición reflexionada.
El segundo momento, fue una noche en la plaza de San Miguel Bajo, en el Albaicín. Salía de casa de mi hermana, y no me apetecía nada irme a la mía. Me subí a la plaza y llegué al último bar abierto. Apenas había 10 o 12 personas. El dueño me dijo que iba a cerrar, que ya no servían. Estaba a punto de marcharme cuando me vió un tipo medio oscuro y ambíguo que conocía por una investigación de la universidad que yo estaba haciendo en el Sacromonte, y le dijo al camarero que me dejara quedarme. Se acercó a la barra y me invitó a una copa. Me dijo, esto que vas a oir no se paga. Cuatro tipos en una mesa al fondo se iban marcando el compás los unos a los otros con los nudillos en la mesa. A tiempos cantaba el uno o el otro. Dejaban canciones a medias, cambiaban las letras, se retaban a ver quien dominaba mejor un palo u otro. Tras la primera copa cayeron otras cuantas. Los cuatro seguian cantando. A uno le llamaban el maestro.
El tercero, fue en México, con la canción que está aquí colgada. Estaba totalmente solo en una finca ecológica en Malinalco. Separaba semillas de plantas medicinales en una noche cerrada, bajo la luz de unas velas, escuchando en el primer aparato mp3 que tuve un disco de Morente. En esos momentos estaba asimilando lo que había significado decidir irme un año a lugares desconocidos, lo que era echar de menos realmente a mis amigos y a mi familia, la sensación real de que mi vida estaba en mis manos. Y Morente me susurraba al oído.
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