sábado, 8 de diciembre de 2012

Susana

Más de un año sin escribir es mucho tiempo. Al final, abriendo el blog de tanto en cuanto, te planteas si es que en realidad no tienes cosas que contar. No es el caso. Pero tampoco sé cuál es el caso. Un año es mucho tiempo, suficiente como para escribir un párrafo y repasarlo una y mil veces. Pero ya se sabe que mucho repasar algo lo único que consigue es que pase el momento de las cosas. Tengo una amiga, que escribe a diario en el facebook y que además tiene un blog genial. Repasando sus entradas, he descubierto que tiene un don, que ya conocíamos todos, pero que se pone aún más de manifiesto ante mi lentitud para escribir algo, tiene el don de la naturalidad cálida. Maneja como nadie la parte positiva de la red social, el contacto directo de pequeñas grandes cosas. Guiños permanentes en un mundo de ojos cerrados. Yo me quedé clavado hace tiempo, mucho, ya veis, en una entrada a la que le he dado tantas vueltas que se ha marchado de mi propia cabeza mareada y aburrida de reflexionar sobre lo flexionado. Al principio era como no llegar con las puntas de los dedos a los pies, y luego era como tocarse el culo con la nariz. Esfuerzo, mucho. Sentido, cero. Por eso creo que es tan importante poner en valor esos pequeños "inframinces" de los que hablaba Duchamp (lo siento, pero mis padres me han pagado una educación y eso se tiene que notar), esos pequeños detalles del cotidiano que siempre están ahí y que nos hacen las cosas únicas, y que Susana maneja cómo pequeñas y dispersas ondas. Luego, el resto, acabamos comentando en algún momento algo sobre lo que ha escrito. No la veo mucho, la verdad (gran fallo), pero siempre sé de ella por esa ventana al mundo que comparte cada día. Es su rutina, abrir las ventanas por la mañana para que entre el aire, y gracias a eso, la brisa nos toca a todos.