Después de una semana de subidas y bajadas de fiebre, de leer, releer, reolvidar y rerecordar leyes, normas y reglamentos sólo puestos al servicio de un futuro examen como fino tamiz, se me ha escapado el sueño entre las pestañas y me he encontrado con esta maravilla en la superred
Probablemente por el sonido en bucle, por la atmósfera de estar rodeado de apuntes y hojas que parece han de ser parte de mi masa gris de aquí al lunes por la mañana, y por la inestimable compañía de la salamandra en llamas, he entrado en un estado de reflexión en círculo.
En los últimos días he estado haciendo muchas reflexiones sobre cómo tratamos la lengua, qué nos preocupa de ella y cómo evoluciona, o mejor, qué aportamos/adoptamos nosotros para su cambio. He reafirmado mi posición un tanto rígida ante el cambio, la frivolización y la ruptura de la economía del lenguaje. He comprobado, de nuevo, cómo gente que dice amar la palabra, juega con ella sin sopesar el significado. He comprobado incluso que todo eso no es pasto único de la calle, ni mucho menos, sino de leyes y reglamentos convenientemente publicados, que utilizan conceptos y fórmulas lingüisticas no sólo recargadas e innecesariamente alargadas, sino, en algunos casos, incluso carentes de significado.
Comienzo a no saber si trato mejor la lengua o no, la verdad. Pero comienzo a tener claro que el charlatán sólo te convence cuando decides a seguir la luz del fuego artificial y te olvidas de escuchar el estallido y del hueco de mundo en el que retumba.
viernes, 21 de enero de 2011
lunes, 13 de diciembre de 2010
Morente
Se ha marchado Morente.
Con él reflotan en mi mente tres recuerdos imborrables. Dos de ellos marcados a fuego en mi memoria y en quien soy. El primero fue oir el disco "Omega" en casa de un gran amigo en Granada, y quedarme con la boca abierta, sin tener aún muy claro si me había encantado o si no entendía nada de lo que era. Lo volvimos a poner, apagamos la luz, dejamos correr la cerveza, nos metimos dentro, y ya no supimos salir nunca.
Morente siempre ha sido riesgo y tradición reflexionada.
El segundo momento, fue una noche en la plaza de San Miguel Bajo, en el Albaicín. Salía de casa de mi hermana, y no me apetecía nada irme a la mía. Me subí a la plaza y llegué al último bar abierto. Apenas había 10 o 12 personas. El dueño me dijo que iba a cerrar, que ya no servían. Estaba a punto de marcharme cuando me vió un tipo medio oscuro y ambíguo que conocía por una investigación de la universidad que yo estaba haciendo en el Sacromonte, y le dijo al camarero que me dejara quedarme. Se acercó a la barra y me invitó a una copa. Me dijo, esto que vas a oir no se paga. Cuatro tipos en una mesa al fondo se iban marcando el compás los unos a los otros con los nudillos en la mesa. A tiempos cantaba el uno o el otro. Dejaban canciones a medias, cambiaban las letras, se retaban a ver quien dominaba mejor un palo u otro. Tras la primera copa cayeron otras cuantas. Los cuatro seguian cantando. A uno le llamaban el maestro.
El tercero, fue en México, con la canción que está aquí colgada. Estaba totalmente solo en una finca ecológica en Malinalco. Separaba semillas de plantas medicinales en una noche cerrada, bajo la luz de unas velas, escuchando en el primer aparato mp3 que tuve un disco de Morente. En esos momentos estaba asimilando lo que había significado decidir irme un año a lugares desconocidos, lo que era echar de menos realmente a mis amigos y a mi familia, la sensación real de que mi vida estaba en mis manos. Y Morente me susurraba al oído.
jueves, 9 de diciembre de 2010
Reformular la teoría de los cuerpos celestes
¿Qué nos atrae de los demás? ¿Qué provoca que nos impliquemos en las cosas en las que decimos creer? ¿Por qué tendemos a tomar el centro de nuestros argumentos? ¿Qué fertilizante utiliza esta cultura nuestra para que crezca tanto el ego, incluso cuando lo intentas ignorar? ¿Cómo le explico yo a un extraterrestre que hoy no me puede abducir porque no me puedo ir de este planeta sin recoger los mil y un trastos que tengo en casa y que me prometo día a día reducir al mínimo (soy, sin duda, mi mayor traidor)? ¿Por qué no entiendo la teoría de atracción de los cuerpos celestes cuando no hago más que vivir permanente e inevitablemente dentro de ella? ¿Por qué tengo miedo a las preguntas, si nunca van a desaparecer, si no siempre van a tener respuestas?
Ni siquiera es un día diferente, ni siquiera tenía porque serlo, ni siquiera pretendía hacerme preguntas, ni siquiera tenía una respuesta escondida en el bolsillo. Sólo lei la teoría y no entendí cómo encajaba yo dentro. Y fue la chispa suficiente.
Ni siquiera es un día diferente, ni siquiera tenía porque serlo, ni siquiera pretendía hacerme preguntas, ni siquiera tenía una respuesta escondida en el bolsillo. Sólo lei la teoría y no entendí cómo encajaba yo dentro. Y fue la chispa suficiente.
domingo, 5 de diciembre de 2010
He comido con amigos. Grata charla. Escucho a Sting, como desde hace tantísimos años. Un amigo cierra un blog esencial en mi vida. Las noticias siguen vomitando adjetivos desagradables sobre los injustificables "controladores" (vaya nombrecito para una profesión). Pienso, dudo, me peleo con el ordenador, luego existo y consumo. Soy parte mínima de la gran red. Lo creo y eso no cambia nada. Vivo en la piel de un maratoniano que sólo se sabe mover en las distancias cortas. Una foto de hace algo más de un año me hace pensar que quizá somos pobres de pensamiento al creer que sólo hay una luz al fondo del tunel.
martes, 30 de noviembre de 2010
Raices y ramas
Se sienta en el sofá.
Su cerveza recién abierta. En el primer trago moja todo el sudor del día, empantana el cansacio, y todo parece, lentamente, volver a su ser. Deja las noticias. Da casi igual el canal, el mundo hace aguas, cada uno ve una via diferente. Ninguno ve la costa en esta tormenta transatlántica. La imágenes y las palabras sólo van de lo malo a lo peor. Parece que sólo cuenta, ya que todos nos hundimos, que el otro, el diferente, el vecino, el hermano, sea el primero en caer, que nuestros ojos, el de cada uno en su unidad absoluta, sean los últimos en ser testigos.
Su cerveza se acaba. Sigue cansado. Le duelen los riñones, la espalda y algo que podría parecerse mucho al alma. Le pesan las horas, los días y los años. Le sobran los problemas y la memoria. La tele, las noticias, son el extraño placebo que le cura mostrando otras miserías. Mi vulnerabilidad es más fuerte que esa mierda, piensa. Abre una segunda, y se deja llevar. La dosis de desastre está calculada, no avanza más allá del titular, sólo anuncia, no rellena, no es necesario apretar más, la lección está aprendida. Seguimos, miles de años después temiendo lo desconocido. Vaya mierda, se le escapa. Su mundo empieza a parecer bueno. Sigue mirando, jurando en cuanto idioma no conoce. Su raíz seca ya aprovecha su dosis diaria de charca, bebe sin sed, bebe por no dejar nada, por consumir todo, porque aunque no necesite nada tampoco hay porque tirarlo. Su raíz se preocupa tanto ya de esa dosis diaria que ha olvidado buscar otras tierras, que no necesita crecer.
Cambia la cara que cuenta, comienza a ver tios que corren detrás de una pelota. El mundo, redondo, rueda y recibe cientos de patadas, bajo colores que parecen tener una influencia sobrehumana sobre su humor, sobre sus ganas. Se aplaca el cansancio, viven los ojos, se cierra todo pensamiento negativo, y todo lo tribal que lleva dentro se despereza. Es una hipnosis, parece despierto, renacido, como si la vida se le fuese por las ramas.
Su cerveza recién abierta. En el primer trago moja todo el sudor del día, empantana el cansacio, y todo parece, lentamente, volver a su ser. Deja las noticias. Da casi igual el canal, el mundo hace aguas, cada uno ve una via diferente. Ninguno ve la costa en esta tormenta transatlántica. La imágenes y las palabras sólo van de lo malo a lo peor. Parece que sólo cuenta, ya que todos nos hundimos, que el otro, el diferente, el vecino, el hermano, sea el primero en caer, que nuestros ojos, el de cada uno en su unidad absoluta, sean los últimos en ser testigos.
Su cerveza se acaba. Sigue cansado. Le duelen los riñones, la espalda y algo que podría parecerse mucho al alma. Le pesan las horas, los días y los años. Le sobran los problemas y la memoria. La tele, las noticias, son el extraño placebo que le cura mostrando otras miserías. Mi vulnerabilidad es más fuerte que esa mierda, piensa. Abre una segunda, y se deja llevar. La dosis de desastre está calculada, no avanza más allá del titular, sólo anuncia, no rellena, no es necesario apretar más, la lección está aprendida. Seguimos, miles de años después temiendo lo desconocido. Vaya mierda, se le escapa. Su mundo empieza a parecer bueno. Sigue mirando, jurando en cuanto idioma no conoce. Su raíz seca ya aprovecha su dosis diaria de charca, bebe sin sed, bebe por no dejar nada, por consumir todo, porque aunque no necesite nada tampoco hay porque tirarlo. Su raíz se preocupa tanto ya de esa dosis diaria que ha olvidado buscar otras tierras, que no necesita crecer.
Cambia la cara que cuenta, comienza a ver tios que corren detrás de una pelota. El mundo, redondo, rueda y recibe cientos de patadas, bajo colores que parecen tener una influencia sobrehumana sobre su humor, sobre sus ganas. Se aplaca el cansancio, viven los ojos, se cierra todo pensamiento negativo, y todo lo tribal que lleva dentro se despereza. Es una hipnosis, parece despierto, renacido, como si la vida se le fuese por las ramas.
domingo, 3 de octubre de 2010
Sol y Sombra
El aire es de otoño y el sol de verano. La duda del cambio de estación sobrevuela hoy sin más un celeste casi blanquecino. La alergia a no sé muy bien qué (probablemente a conversaciones nocturnas de ayer que viajaron por los carriles más frágiles de la vida y de la muerte, o simplemente que no me apetece mirar hoy a la cara a este mundo de disparates) me tiene a medio respirar. Justo hoy que hay tanto aire puro soplando.
Y no sé porqué (imagino que esas conversaciones de anoche) me levanté pensando en cuando de niño me iba a trabajar con mi padre a la obra, con mi cesta de cuerda llena del almuerzo y una camiseta para cambiarme en el trabajo. Cuando llegábamos al bar a recoger a los obreros, la cabeza casi no me llegaba a la altura de la barra, les oía pedirse un sol y sombra y beberse esa copa de anís y la de coñac con la misma naturalidad con la que yo iba bebiendo de mi Cola Cao. Me decía que yo de mayor también pediría un sol y sombra. Nunca lo he hecho. A estas alturas creo que ya nunca lo haré, no por nada especial, simplemente porque no soy de anís y me parece una bestialidad joder el coñac. Pero sí veo que hoy es un día para estar entre sol y sombra y recordar porqué empezamos a pensar lo que queríamos ser y porqué hoy ya somos lo que somos, en mi caso porqué cada vez me quedan menos esquirlas prendidas al cuerpo para ser mitómano.
Y no sé porqué (imagino que esas conversaciones de anoche) me levanté pensando en cuando de niño me iba a trabajar con mi padre a la obra, con mi cesta de cuerda llena del almuerzo y una camiseta para cambiarme en el trabajo. Cuando llegábamos al bar a recoger a los obreros, la cabeza casi no me llegaba a la altura de la barra, les oía pedirse un sol y sombra y beberse esa copa de anís y la de coñac con la misma naturalidad con la que yo iba bebiendo de mi Cola Cao. Me decía que yo de mayor también pediría un sol y sombra. Nunca lo he hecho. A estas alturas creo que ya nunca lo haré, no por nada especial, simplemente porque no soy de anís y me parece una bestialidad joder el coñac. Pero sí veo que hoy es un día para estar entre sol y sombra y recordar porqué empezamos a pensar lo que queríamos ser y porqué hoy ya somos lo que somos, en mi caso porqué cada vez me quedan menos esquirlas prendidas al cuerpo para ser mitómano.
jueves, 5 de agosto de 2010
Sal y mar
Agosto hunde la isla unos diez centímetros. Hay tanta gente y vehículos que parece imposible que todos quepamos aquí. A poco que una carretera llegue hasta la arena misma de las playas, éstas están a rebosar. Siempre me ha fascinado esta capacidad de los seres humanos para tender a la aglomeración, a la reunión espontánea. Supongo que porque adolezco de lo contrario. Incluso reconozco el punto egoísta de llegar a un lugar de costa y esperar que no haya nadie. Que no haya ruido. Nada más que las olas. Ni gritos, ni ruidos de motos naúticas, ni el puto FerryBoat turístico con su música discoteca a toda pastillla, ni ese olor permanente a bronceador confundido con el olor al plástico caliente del bote con el que acaba de estar en contacto. Algo imposible. Y aún así, el baño, la sal y el mar, lo devuelven todo al equilibrio. Unos segundos totalmente sumergido y el mundo tiene sentido.
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